Doña
 Reina es una mujer menuda, usa el cabello largo siempre atado y su voz 
es más bien ronca. Es oaxaqueña y desde 1960 vive con su familia en el 
Distrito Federal. Estoy segura de que quien la ve por la calle piensa 
que es una mujer común, una abuela, una ama de casa que viaja en metro, 
como cualquier otra.
Doña
 Reina tiene varios hijos. En 1957 nació la cuarta, Irma Yolanda. Cuando
 Irma terminó la secundaria intentó entrar a la Escuela Normal, pero no 
pasó el examen de admisión, así que se fue a estudiar a otro lado. Doña 
Reina no sabía exactamente a donde, lo que sí tenía claro era que iba a 
Neza y que allí enseñaba a niños y a señoras a leer, que eso la ponía 
contenta, que algunas veces había lugares adecuados para enseñar, pero 
que en otras ocasiones no les quedaba mas que sentarse bajo un árbol.
Irma
 y su hermana, Eva, trabajaban en una fábrica en donde la primera 
conoció a Manuel, un joven oaxaqueño del que se había enamorado. Un día 
Irma le dijo a sus papás que se iba de la casa. Era el día del padre, 
junio de 1976.  Luego supieron que Irma y Manuel vivían juntos en Neza, y que, al parecer, seguían enseñando a leer.
Casi
 un año después, un primero de junio de 1977, Eva salió a trabajar a la 
fábrica como de costumbre, pero no regresó a la hora de siempre. A las 
once de la noche Doña Reina, la vio llegar. En el trayecto de la fábrica
 a su casa la habían subido a una camioneta con los ojos vendados, y 
llevado a un cuartucho en algún lugar desconocido. Oyó muchos gritos. A
 ella la maltrataron mucho, le decían: hija de tal por cual te vamos a 
traer tu familia, a tus hijos les vamos a echar el aceite, a tu familia 
la vamos a acabar si no hablas, habla y no te hacemos nada. Había uno que le decía que si contaba qué era lo que hacían su hermana y cuñado la soltaban.  
Manuel,
 en realidad, se llamaba Maximino. Manuel era su seudónimo. A Eva la 
habían confundido con su hermana Irma y en el lugar al que la llevaron 
los elementos de la Brigada Blanca (cuerpo paramilitar) le pidieron que 
viera fotos e identificara a su hermana y a su cuñado. Eva cree que 
Maximino ya estaba detenido, porque le pareció reconocerlo. Hay datos 
que señalan que a él lo detuvieron en Guadalajara y que, junto a Irma, 
formaba parte de la Liga Comunista 23 de septiembre, que su labor era, 
probablemente, de difusión y propaganda. En una revista Alarma de agosto de 1977 se menciona la detención del muchacho oaxaqueño, pero de ella nada. 
Doña
 Reina empieza a buscar, en cárceles, en el ejercito, pero todos niegan 
todo. Y así va aprendiendo toda una nueva forma de ser y estar, de 
buscar a su hija donde hiciera falta. Se enteró entonces de que una 
mujer, Rosario Ibarra, también estaba buscando a su hijo, que también a 
él se lo había llevado el gobierno y se integra así al Comité ¡Eureka!. 
Doña Reina comprendió que eso que les hicieron se llama desaparición 
forzada. 
A
 Irma no le gustaba cocinar, se le quemaban hasta los huevos. Maximino 
se llevaba muy bien con sus cuñadas. Doña Reina habla hoy de los 
desaparecidos políticos y dice que todos son como su hija, son sus 
hijos, los busca a todos, a los cientos de desaparecidos políticos que 
el estado mexicano mantiene en cárceles clandestinas. El primero fue en 
el 1969 el último en 2011. 
Todavía
 tenemos la esperanza que algún día, ojala, que se sepa o aparezcan … Yo
 nunca tuve miedo... Si me toca que me desaparecen yo digo que ni modo 
porque que quieren que haga, yo ando buscando a mi hija y hay cosas que 
me dan más miedo… Hay que salir a protestar, que ya no haya 
desaparecidos, que ya no nos desaparezcan… Porque eso me dijo un día mi 
hija, pero no le entendí que me quiso decir, me dijo: “¿Porqué no sale a
 la calle?. -¿A la calle? ¿Pero y qué hago con tus hermanos chiquitos?”.
 Ahora entiendo que me decía que saliera a luchar por los demás que 
están secuestrados o desaparecidos, que no nos quedemos con los brazos 
cruzados. Y así es como lo hemos hecho y lo seguimos haciendo. 
En
 la memoria hay algo que me hace abrazar a Doña Reina siempre que la 
miro, que a su lado grito ¡Vivos los llevaron, vivos los queremos! y se 
aleja rumbo al metro con las fotos de Irma y Maximino colgadas en el 
cuello afirmando que el olvido nunca ha sido ni será una opción, que la 
memoria es un verbo que accionamos juntos cada día.
[1] Información tomada del testimonio de Doña Reina Santiago que forma parte del archivo de H.I.J.O.S. México. www.hijosmexico.org

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