¿Machista,
pero anarquista? Hemos podido leer en un artículo titula «La cadena o
las bragas» firmado por el Grupo Libertario de Ivry las siguientes
palabras a propósito de Proudhon: «Se puede ser anarquista y defender el
peor de los machismos». Es posible, pero lo que no dicen los autores
del artículo es si tal declaración es legítima. Joseph Déjacque, hace
más de un siglo, era más radical cuando interpelaba así a Proudhon
(admirándolo, por otra parte): «No se considere anarquista o séalo hasta
el final». Me parece interesante hacer un breve viaje al siglo XIX con
el fin de ver cuáles eran por entonces los vínculos entre anarquismo y
feminismo. En efecto, si la misoginia de Proudhon ha constituido durante
mucho tiempo un referente para la clase obrera, se olvida muy a menudo
que en época se elevaron otras voces que fueron comprendidas. Joseph
Déjacque o André Léo, respondiendo a las tesis inadmisibles (y no
anarquistas) de Proudhon, demostraron hasta qué punto los ámbitos
políticos y privados estaban indisociablemente ligados y afirmaron que
no se puede uno considerar anarquista si no es feminista. Me parece
importante recordar estos viejos debates de hace más de un siglo, porque
si con frecuencia nos lamentamos que los anarquistas hayan sido
eliminados de la historia oficial, olvidamos también decir que los
anarquistas feministas forman parte de la historia del anarquismo…
Los vínculos entre feminismo y anarquismo en el siglo XIX
Si sobre la
cuestión del feminismo los anarquistas del siglo XIX han estado por
detrás de sus ideas revolucionarias, y si, siguiendo a Proudhon, se
oyeron numerosas declaraciones antifeministas en los medios
revolucionarios, anarquistas o socialistas, existe no obstante una
corriente feminista que se opone, en el seno mismo del anarquismo, a la
ideología dominante. Se puede considerar que nace con Joseph Déjacque,
que se enfrenta a Proudhon en el tema de los derechos de las mujeres.
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Joseph Déjacque (1821-º865) |
Joseph
Déjacque (1821-1864) puede ser considerado discípulo de Proudhon y de
Fourier. Pierre Leroux ve en él al principal representante del
anarquismo en Francia. En un artículo sobre los orígenes de las teorías
socialistas (1885) escribió: «Ya no es Proudhon, en efecto, el que puede
representar hoy a esta secta, debido a la conclusión final (la mujer
esclava de la autoridad marital) a que ha dado lugar. Hacía falta otro.
El estandarte de la libertad está hoy en manos de uno de sus discípulos,
de un anarquista mucho más en serio que él. Se trata de Déjacque». En
una carta dirigida a Proudhon en mayo de 1857, Déjacque demuestra cómo
Proudhon, al negar los derechos de las mujeres, se muestra «igual que
sus amos». Déjacque plantea el reto esencial de la igualdad de lso
sexos: una revolución que hace desaparecer una forma de alienación pero
que deja subsistir otra forma de dominación no es tal. La familia que
defiende Proudhon, basada en el orden patriarcal, «concede al
patriarcado lo mismo que el gobierno representativo es para la mayoría
absoluta». La esclavitud de la mujer tiene consecuencias a la vez
directamente políticas (hablamos aquí del principio de autoridad
absoluta) y morales: del mismo modo que ningún hombre puede ser libre
sin que lo sean los demás, ningún ser masculino podrá considerarse
independiente mientras mantenga a las mujeres en situación de
inferioridad, porque «quien ha sido amamantado por una esclava tendrá
sangre de esclavo en sus venas»- Negar los derechos y la inteligencia de
la mujer es reproducir lo que hacen los burgueses y aristócratas cuando
niegan los derecho y la inteligencia al proletariado. Joseph Déjacque
es uno de los primeros, junto a Proudhon, en reivindicar el término
anarquista (tras la revolución de 1848); de origen popular y autodidacta
elaboró y publicó, él solo, Le libertaire en el exilio.
Pero no fue el
único, a finales del siglo XIX, que insistió en la construcción de la
igualdad entre hombres y mujeres como condición del anarquismo. En la
«conquista del pan» (1892), Kropotkin insiste en la alienación producida
por el trabajo doméstico, y se enfrenta explícitamente a los
revolucionarios que quieren la liberación del género humano sin trabajar
por los derechos de la mujer. Mencionaremos igualmente a André Léo, una
de las escasas feministas [francesas] cercanas al anarquismo. Ella no
sólo lucha en el terreno de las leyes, sino también en el de las
mentalidades. Lejos de limitarse a exigir el sufragio universal, se
opone sobre todo a los revolucionarios poco consecuentes: los
revolucionarios de la calle son muchas veces reaccionario en sus
hogares. Ataca, por tanto, al sistema patriarcal en «La mujer y las
costumbres». En «Monarquía o libertad» escribe en respuesta a las tesis
misóginas de Proudhon, donde denuncia a los llamados partidarios de la
libertad que se convierten en déspotas cuando entran en sus casas, y
afirma que un Estado en el que la mujer está oprimida no puede ser sino
autoritario.
Este género de
críticas ha sido largamente recogido en los periódicos de la época,
especialmente en los de Jean Grave. La Revolté, por ejemplo, reproduce
el 17 de febrero de 1889 una carta de un lector que se indigna porque
«los peores revolucionarios [ciertos revolucionarios] son soberanos no
sólo en el hogar y a la mesa, sino también en la cama, donde transforman
a sus mujeres en prostitutas»: En Le Trimard, en 1896, el escritor
anarquista Mécislas Golberg denuncia el hecho de que la mujer haya sido
situada en el rango de la propiedad, e invoca a los revolucionarios:
«Nosotros, seres sociales y antifamiliares, debemos ante todo hacer a la
mujer consciente de su fuerza social». Golberg va más allá al esbozar
una visión radicalmente distinta de la sexualidad. A diferencia de otros
colectivos poco inclinados a abordar los problemas de la vida sexual,
los anarquistas consideran a menudo la liberación sexual como parte de
la emancipación integral del individuo. En sus «Cartas a Alexis
(historia sentimental de un pensamiento)» podemos leer, en el capítulo
titulado «Del amor», lo siguiente: «El amor es el sentimiento que una
voluntad extraña nos da de nuestra propia voluntad. A menudo se produce
entre personas de sexo distinto, otras veces entre gentes del mismo
sexo. Eso importa poco en el fondo […] yo creo que hombre y hombre, o
mujer y mujer pueden también formar una unidad. Es ridículo creer que
toda división de la materia viva establece contradicciones».
Vemos, pues,
que incluso en el siglo XIX, hay suficientes anarquistas conscientes del
vínculo entre política y sexualidad, que han comprendido la necesidad
de un feminismo anarquista, para poder dispensar de esta tema a
Proudhon.
Caroline Granier
Le monde libertaire
Del ser humano masculino y femenino
(Extractos de un carta a P. J. Proudhon)
Esta carta apareció en Les
libertaires, firmada por Joseph Déjacque en mayo de 1857. Se inscribe en
la polémica desencadenada por la publicación en la Revue philosophique
de un artículo de Jenny d’Hericourt, «M. Proudhon et la question des
femmes» (El señor Proudhon y la cuestión de las mujers) en diciembre de
1856. La carta de Proudhon a la que alude Dèjacque se publicó en esta
misma revista en enero de 1857.
[…] ¿Es verdaderamente posible, célebre
propagandista, que bajo su piel de león haya tanta burricie? […] Su
nerviosa y poco flexible lógica en las cuestiones de producción y
consumo industriales no es más que una endeble caña sin fuerza en las
cuestiones morales de la producción y consumo. Su inteligencia, viril,
plena para todo lo que ha traicionado al hombre, es como si estuviera
castrada para lo que trata de la mujer. Cerebro hermafrodita, su
pensamiento tiene la monstruosidad del doble sexo bajo el mismo cráneo,
del sexo-luz y el sexo-oscuridad, y se desarrolla y se retuerce en vano
sobre sí mismo sin poder llegr a parir la verdad social […]
Cito sus palabras:
«No, señora, usted no sabe nada de
su sexo; usted no conoce ni la primera palabra de la cuestión que usted y
sus honorables coaligadas agitan con tanto ruido y tan poco éxito. Y si
usted no la comprende; si en las ocho páginas de respuestas que da
usted a mi carta hay cuarenta razonamientos falsos, eso se debe
precisamente, como ya le he dicho, a su imperfección sexual. Por esta
palabra, cuya exactitud no puede reprocharse, entiendo la calidad de su
entendimiento, que no le permite captar la relación de las cosas si
nosotros, los hombres, no se las hacemos tocar con el dedo. Hay en
ustedes las mujeres, tanto en cerebro como en el vientre, cierto órgano
incapaz por sí mismo de vencer su inercia innata, y que sólo el espíritu
masculino puede hacer funcionar, cosa que no logra siempre. Ese es,
señora, el resultado de mis observaciones directas y positivas: lo dejo a
su sagacidad obstetricia y para que calcule, para su tesis, las
consecuencias incalculables […]»
La emancipación o la no emancipación de
la mujer, la emancipación o la no emancipación del hombre ¿qué quiere
decir? ¿Es que -naturalmente- puede haber derechos para uno que no lo
sean para el otro? ¿Es que el ser humano no es el mismo ser humano en
plural que en singular, en femenino que en masculino? […]
Plantear la cuestión de la emancipación
de la mujer a la vez que la cuestión de la emancipación del proletario,
hombre-mujer o, por decir la misma cosa con otras palabras,
hombre-esclavo -carne de harén o carne de taller- se comprende, y es
revolucionario; pero poner esa cuestión en relación con el
hombre-privilegio, ¡oh! entonces, desde el punto de vista del progreso
social carece de sentido, es reaccionario. Para evitar cualquier
equívoco, habría que hablar de emancipación del ser humano. En estos
términos, la cuestión queda completa; plantearla de este modo es
resolverla: el ser humano, en sus rotaciones de cada día, gravita de
revolución en revolución hacia su ideal de perfectibilidad, la libertad
[…]
Su entendimiento, atormentado por las
pequeñas vanidades, le hace ver la posteridad del hombre-estatua,
erigido sobre el pedestal-mujer como hombre-patriarca, de pie ante la
mujer-sirviente.
Escritor fustigador de las mujeres,
siervo del hombre absoluto, Proudhon-Heynau, que tiene por látigo la
palabra, como el verdugo croata, y parece disfrutar de todas las
lubricidades de la codicia al desvestir a sus bellas víctimas sobre el
papel del suplicio y flagelarlas con sus invectivas. Anarquista a
medias, liberal y no libertario, exige usted el libre cambio para el
algodón y otras naderías y preconiza sistemas de protección del hombre
contra la mujer en la circulación de las pasiones humanas; clama contra
las altos barones del capital y quiere reedificar la alta baronía del
hombre sobre el vasallo mujer; filósofo con anteojos, ve al hombre por
el cristal de aumento y a la mujer por el reductor; pensador afectado de
miopía, no sabe distinguir más que lo que deja tuerto en el presente o
en el pasado, y no puede descubrir nada de lo que está arriba o a
distancia, la persepctiva del devenir: ¡es usted un inválido! […]
¡Ah! Si en este mundo hay tantas
criaturas hembras abyectas y tan pocos hombres y mujeres ¿a qué
recurrir? Dandin-Proudhon, ¿de qué os quejáis? Vosotros lo habéis
querido…
Y no obstante, está usted provisto, lo
reconozco, de formidables ataques al servicio de la Revolución. Ha
llegado hasta la médula del tronco secular de la propiedad, y ha hecho
volar lejos los resplandores, ha despojado de su corteza el objeto y lo
ha expuesto en su desnudez a la mirada de los proletarios; ha hecho
resquebrajarse y caer a su paso, del mismo modo que las ramas secas o
las hojas, los impotentes rebrotes autoritarios, las teorías renovadas
de los griegos del socialismo constitucional, incluida la vuestra; ha
arrastrado con usted, en la carrera de fondo a través de las
sinuosidades del futuro, toda la jauría de los apetitos físicos y
morales. Ha hecho camino. Se lo ha hecho hacer a otros. Está cansado y
querría descansar; pero las voces de la lógica están ahí y le obligan a
seguir con sus deducciones revolucionarias, a seguir hacia adelante,
bajo el riesgo de, si desdeña el anuncio fatal, sentir las zancadillas
de los que pueden destrozarle […] En el terreno de la verdadera
anarquía, de la libertad absoluta, existiría sin contradicción la
diversidad entre los seres, habría personas en la sociedad de distinta
edad, sexo o aptitudes: la igualdad no es la uniformidad. Y esta
diversidad de todos los seres y de todos los instantes es justamente lo
que hace imposible cualquier gobierno, cualquier constitución o
contracción. ¿Cómo comprometerse por un año, por un día, o por una hora,
cuando en una hora, un día o un año se puede pensar de forma totalmente
diferente al momento en que uno se ha comprometido? Con la anarquía
radical habría mujeres, como habría hombres, de mayor o menor valor
relativo; habría niños como habría ancianos; pero todos indistintamente
serían seres humanos y serían igual y absolutamente libres de moverse en
el círculo natural de sus atracciones, libres de consumir y producir
como les conviniera sin que ninguna autoridad paternal, marital o
gubernamental, sin que ninguna reglamentación legal o restrictiva
pudiera alcanzarles.
En una sociedad así comprendida -y debe
usted comprenderla de este modo si alardea de ser anarquista- ¿qué tiene
que decir sobre la inferioridad sexual de la mujer o del hombre entre
los seres humanos?
Escuche, maestro Proudhon, no hable de
la mujer o, antes de hablar, estúdiela; vaya a la escuela. No se
considere anarquista, o séalo hasta el final. Háblenos, si quiere, de lo
conocido y lo desconocido, de Dios que es el mal, de la Propiedad que
es el robo. Pero cuando hable del hombre, no haga de él una divinidad
autocrática, porque yo le responderé: ¡el hombre es el mal! No le
atribuya un capital de inteligencia que no le pertenece por derecho de
conquista, por el comercio del amor, riqueza usurera que le viene por
entero de la mujer, que es el producto de su dueño; no lo engalane con
los despojos de otro, porque entonces yo le responderé: ¡La propiedad es
un robo! […]
Sea más fuerte que sus debilidades, más
generoso que sus mezquindades; proclame la libertad, la igualdad, la
fraternidad, la indivisibildad del ser humano. Diga eso: es por salud
pública. Declare a la humanidad en peligro; convoque en masa al hombre y
a la mujer para que rechacen fuera de las fronteras sociales los
prejuicios invasores, proponga un dos y tres de septiembre contra esa
alta nobleza masculina, esa aristocracia del sexo que querría llevarnos
al Antiguo Régimen. Diga eso: ¡Es necesario! Dígalo con pasión, con
genio, fúndalo en bronce, hágalo retumbar… y habrá logrado mérito para
los demás y para usted.
Joseph Déjacque
Fuente/Mujeres sin fronteras y sin bozal
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