El primer intento de organizar a la
clase trabajadora a nivel internacional se concretó con la creación de
la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 1864. En el
Congreso de Basilea (1869) una resolución estimaba que “todos los
trabajadores deben afanarse en crear sociedades de
resistencia[sindicatos]en los diferentes cuerpos de oficios”[1]. La
huelga general era establecida como una táctica indispensable. La
influencia del asociacionismo obrero internacionalista, particularmente
el de tipo bakuninista, fue clave en el desarrollo posterior del
sindicalismo revolucionario francés.[2]En España el influjo del
revolucionario anarquista ruso Mijaíl Bakunin resultó esencial en la
creación de la Federación Regional Española de la AIT en 1870, con la
que se inició una rica tradición combativa que se extendió durante
décadas hasta culminar con la creación de la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT) en 1910. [3]
Esta tradición fue interrumpida tras la
derrota sufrida en la guerra civil en 1939. Mucho ha llovido desde
entonces: exilio, dictadura franquista, relanzamiento de la CNT en los
años setenta… En esta década el anarcosindicalismo pareció resurgir como
al ave fénix. No obstante, hubo diversos acontecimientos que acabaron
cortando las alas a la organización: Pactos de la Moncloa, caso Scala,
escisiones posibilistas… A esto hemos de sumar la nefasta influencia que
tuvieron en el movimiento libertario acontecimientos como mayo del 68 y
el desarrollo posterior del postmodernismo, que arrastramos hasta
nuestros días.[4]Nuestra crítica se va a centrar en este “movimiento”,
en su faceta más “política”, concretamente en un autor que
sorprendentemente tiene mucho influjo en nuestros espacios: Michel
Foucault. Contra su análisis de las relaciones de poder, conocido como
genealogía, opondremos un análisis de clase.[5]
MICROPOLÍTICAS POSTMODERNAS: INFECCIÓN DE LAS ORGANIZACIONES REVOLUCIONARIAS
El postmodernismo es un virus que
carcome el tejido organizativo; logra imponerse de forma insidiosa y
puede llevar al borde de la ruina a organizaciones centenarias. Este
movimiento surgió en los años setenta tomando como base el
irracionalismo filosófico de Nietzsche, el estructuralismo -iniciado por
el lingüista Ferdinand de Saussure- o el psicoanálisis lacaniano.
Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Félix Guattari,
Jean-François Lyotard, y otros tantos “postestructuralistas” figuran
entre sus filas. Lyotard en La condición postmoderna (1979) definió esta
postura como incredulidad respecto a los metarelatos o grandes relatos.
No solamente se oponen al proyecto ilustrado (que ensalza la Razón), o a
cualquier idea de progreso, sino también a la misma ciencia, que queda
reducida a una narrativa más al nivel de la magia o la religión.
Foucault manifestó oponerse al “saber centralizador” que representaba la
ciencia, y contra los efectos de poder del discurso científico;
proclamando que “las genealogías son precisamente anticiencias”.[6]Una
excusa para enmascarar la falta de rigor en sus análisis, la utilización
de bibliografía más que dudosa (lo que llama “saberes locales”) o la
burda manipulación de los hechos (crear un relato) para amoldarse a su
particular visión del poder.
Contra la “macropolítica” racionalista
-que es básicamente tener un proyecto político colectivo, una
alternativa social a gran escala, y una estrategia clara a seguir- los
postmodernos oponen sus “micropolíticas” irracionalistas, la acción
política sin fundamento racional alguno (irreflexiva). Estas
“micropolíticas” las llevan a cabo grupos reducidos (auténticos guetos),
que actúan a muy pequeña escala, superando raramente el ámbito local,
derivando en luchas dispersas, altamente desorganizadas, y sin una
finalidad clara. Las “políticas marginales” desarrolladas por estos
grupos tienen un carácter subcultural, entendiendo la “militancia” como
estilo de vida, haciendo primar el elemento estético sobre las
cuestiones éticas, y utilizando una jerga pedante y vacía con
pretensiones de profundidad. En determinadas ocasiones se infiltran en
grandes organizaciones como sindicatos donde llevan a cabo una acción
disolvente. Estos individuos se caracterizan por su falta de seriedad,
ausencia de compromiso y rechazo a seguir la disciplina que marca la
organización. En realidad desprecian los movimientos y organizaciones de
masas, con lo cual están más cómodos en grupos cerrados de carácter
sectario. De hecho, para el postmodernismo la clase trabajadora deja de
ser el sujeto de referencia para pasarlo a ser grupos marginales.
En definitiva, representan un callejón
sin salida, no una alternativa al sistema, ni desde luego un peligro
para éste. A continuación realizaremos el análisis de parte de la obra
de Foucault para ejemplificar el pensamiento de uno de los principales
referentes de este movimiento, sirviéndonos de sus escritos Nietzsche,
la genealogía, la historia (1971), Vigilar y castigar (1975) y
Microfísica del poder (1977).
LAS RELACIONES DE PODER: ANÁLISIS DE CLASE VERSUS GENEALOGÍA DEL PODER
La genealogía del poder es una forma de
análisis de las relaciones de poder nietzscheana desarrollada por
Foucault, que utiliza la guerra como modelo, entendiendo el poder como
simples relaciones de fuerza. Este autor describe el poder como algo que
se ejerce, en lugar de una posesión (concepción jurídica), aspecto con
el que podemos estar más o menos de acuerdo. Resaltó las facetas
productivas del poder (en lugar de las puramente represivas), que se
hacen patentes con el llamado poder disciplinario: la técnica llega a
transformar (y producir) a los sujetos. Algunas técnicas disciplinarias
incluirían la vigilancia, la regulación de la actividad, los exámenes o
la sanción normalizadora. La multiplicidad de las relaciones del poder
daría lugar a toda una microfísica del poder, las manifestaciones
capilares del poder, que se harían patentes en determinadas
instituciones locales: hospitales, cárceles, escuelas, etc. Desde esta
óptica se realiza un análisis en términos de mecanismos internos,
tácticas y estrategias del poder (más que en términos de leyes, clases
sociales, ideologías, Estado…). Foucault nunca llega a realizar un
análisis a gran escala, solamente se centra en “micropoderes”, sin tener
una visión de conjunto, desdibujando los sujetos que ejercen el poder
(o la clase social a la que pertenecen), y dando a entender que no hay
finalidad alguna en este ejercicio (pierde de vista el contexto
histórico y social en el que se desarrollan las acciones humanas).
Asimismo rechaza una concepción materialista de la historia y el papel
de la lucha de clases, ya que considera que “las fuerzas presentes en la
historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar de
la lucha”.[7]
Las relaciones de producción o económicas
Foucault rechaza los análisis del poder
que denomina economicistas como el realizado por el marxismo -y también
por el sindicalismo revolucionario- que sostienen que el poder tiene
principalmente una función económica, la de mantener unas relaciones de
producción determinadas y, por lo tanto, una dominación de clase. “El
poder no es principalmente mantenimiento ni reproducción de relaciones
económicas sino ante todo una relación de fuerza”, mantiene.[8]Foucault
pierde de vista que, aunque se entienda el poder como ejercicio hay algo
que sí se posee efectivamente: los medios de producción; y esto
determina el ejercicio de ese poder. Contra un análisis de clase
mantiene “no considerar el poder un fenómeno de dominación masiva y
homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre los otros,
de una clase sobre las otras”.[9]Rechaza partir de “una estructura
binaria compuesta de dominantes y dominados”.[10]El poder, argumenta, se
ejercería a través de una red reticular sin un centro privilegiado;
“una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un
privilegio que se podría detentar”.[11]Solamente un intelectual
profundamente alejado de la realidad laboral puede argumentar que
partimos de las mismas condiciones en esta “guerra”; pierde totalmente
de vista las condiciones materiales -como la existencia de determinada
división social del trabajo- que hacen posible la explotación. Si nos
atenemos a un análisis clasista observamos que existen dos clases
sociales claramente definidas -clase capitalista y clase trabajadora- en
relación al papel que desempeñan en el proceso productivo. Los
individuos que conforman la primera clase disponen de los medios de
producción; los de la segunda solamente disponemos de nuestra fuerza de
trabajo, que estamos obligados a enajenar a cambio de un salario. Esto
implica claramente una dominación masiva de una clase sobre la otra.
Resulta imposible entender las relaciones de poder si perdemos de vista
la estructura económica de la sociedad como hace este autor.
El Estado como órgano de dominación de clase
Foucault también critica los análisis
centrados en el aparato de Estado como localización privilegiada del
ejercicio de poder. Dice que se ha “privilegiado el aparato de Estado
como blanco de la lucha”. Rechaza esta lucha porque, según él, serían
“necesarios los mismos mecanismos de disciplina, las mismas jerarquías,
la misma organización de poderes”.[12]Por lo tanto, Foucault parece
concluir que lo mejor es dar esta lucha por imposible, cruzarse de
brazos y dedicarse a las (inofensivas) luchas “micropolíticas”. Ninguna
organización revolucionaria digna de este adjetivo puede compartir esta
conclusión, ya que implica renunciar a transformar la sociedad. Respecto
a la importancia del Estado, es mucho más que evidente que es un
instrumento clave, que utiliza la clase social dominante para mantener
precisamente ese dominio. En este sentido, disponer de grandes efectivos
de individuos armados (policía y ejército permanente) garantiza el
monopolio de la violencia. Bakunin, refiriéndose a la “burguesía
triunfante”, indicaba como ésta se había “convertido en la clase
dominante, y por eso mismo en la defensora y conservadora del Estado,
pues este último se había convertido a su vez en la institución regular
de la potencia exclusiva de esa clase”.[13]Marx y Engels también
sostenían: “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que
administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.[14]En esto
estaban de acuerdo bakuninismo y marxismo, a pesar de la escisión que
representó el Congreso de la Haya (1872) en la AIT.[15]En definitiva,
desde un análisis de clase el Estado debe ser concebido como un
instrumento de explotación, un órgano de dominación, de una clase sobre
otra. Negar su importancia es estar ciego. En su crítica del Estado han
dado mucho más en el clavo anarquistas como Bakunin que postmodernos
como Foucault.
A MODO DE CONCLUSIÓN: RETOMANDO LA SENDA DEL ANARQUISTA RUSO
Foucault había militado en el Partido
Comunista Francés (PCF) en los años cincuenta, y posteriormente tras
renegar del marxismo -y convertirse gradualmente al postmodernismo-
participó en iniciativas puntuales como el Groupe d’Information sur les
Prisons-GIP o en grupos homosexuales. Estas luchas (presos,
homosexuales) pueden considerarse, sin duda, luchas dignas, pero no
pueden constituir por sí solas una alternativa social. Perder de vista a
la clase trabajadora como sujeto de referencia es quedarse anclado en
micropolíticas inofensivas para el sistema. En una organización como CNT
deberíamos tener esto perfectamente claro. No hemos comentado a otros
autores, ya que Foucault es de lo poco rescatable de todo este ambiente.
Para ejemplificar tenemos a Deleuze y Guattari, que teorizaron sobre la
micropolítica del deseo. Para combatir la represión social del deseo
propusieron el esquizoanálisis, forma aberrante de psicoanálisis que
tiene por objetivo producir “esquizofrenia”, destruyendo la identidad
del individuo y la del grupo (incluida la clase social). Es así que la
micropolítica del deseo sustituye en su obra a la lucha de clases.
También tenemos a Derrida, famoso por introducir la deconstrucción, que
no es nada más que una “estrategia” para analizar textos literarios,
consistente en perder de vista su significado, el contexto social o las
intenciones del autor, en definitiva, despojando a los textos de todo
sentido. Desde esta forma de textualismo extremo (“no hay nada fuera del
texto”) se analiza igual una novela, que un panfleto político o que un
artículo científico. La deconstrucción es un puro ejercicio de retórica
inofensivo para el sistema. En general, los autores de esta corriente
son famosos por el uso de una serie de términos rimbombantes
-micropolítica del deseo, deconstrucción, biopolítica, etc- que quienes
los utilizan ni tan siquiera entienden. ¡Ni sus autores originales
sabían de qué narices hablaban!
En definitiva, no logro ver qué tienen
de aprovechable todos estos autores o sus teorías en organizaciones que
se consideran revolucionarias. Mucho mejor haríamos volviendo a la senda
del revolucionario ruso Bakunin que tantos frutos dio en el movimiento
obrero español durante décadas. Concluiremos con unas palabras del
famoso anarquista que compartió con sus compañeros de la Federación del
Jura en los últimos años de su vida, y que ilustran el camino a seguir:
“No es ya tiempo para las ideas, sino para los hechos y los actos. Lo
que importa ante todo es la organización de las fuerzas del
proletariado. Pero esta organización debe ser obra del proletariado
mismo”.[16]Refresca leer un poco de sentido común, y preocupa que tenga
que venir de alguien del siglo XIX para recordárnoslo. ¡Viva la lucha de
clase trabajadora! ¡Viva la lucha de clases! ¡Muerte al postmodernismo!
Solidaridad Obrera
soliobrera[ARROBA]cnt.es
Fuente: lapeste.org
Fuente raíz: http://barcelona.indymedia.org
BIBLIOGRAFÍA
[1]Kriegel, A. (1986). Las Internacionales obreras (1864-1943). Ediciones Orbis, p. 21.
[2]Secretario de Acción Criminal, “El sindicalismo revolucionario francés”, Solidaridad Obrera (Abr 11, 2019): https://lasoli.cnt.cat/2019/04/11/internacional-el-sindicalisme-revoluci/
[3]Secretario de Acción Criminal, “El
sindicalismo revolucionario en España (I): organizaciones precursoras
(1870-1907)”, Solidaridad Obrera (Jun 25, 2019): https://lasoli.cnt.cat/2019/06/25/el-sindicalisme-revolucionari-a-espany/
[4]Secretario de Acción Criminal, “Mayo del 68: ¿revolución traicionada o fraude?”, Solidaridad Obrera (May 10, 2020): https://lasoli.cnt.cat/2020/05/10/cultura-maig-del-68-revolucio-traida-o/; “Ciencia, pseudociencia y postmodernismo (I): introducción”, Solidaridad Obrera (Oct 21, 2019): https://lasoli.cnt.cat/2019/10/21/cultura-ciencia-pseudociencia-i-postmo/;
[5]Secretario de Acción Criminal: “Somos
clase trabajadora: organización sindical y lucha de clases”,
Solidaridad Obrera (Abr 25, 2020): https://lasoli.cnt.cat/2020/04/25/opinio-som-classe-treballadora-organit/
[6]Foucault, M. (1980). Microfísica del poder. Las Ediciones de La Piqueta: Madrid, p.130.
[7]Foucault, M. (1971). Nietzsche, la genealogía, la historia.
[8]Foucault, M. (1980). Microfísica del poder. Las Ediciones de La Piqueta: Madrid, p. 135.
[9]Ibid., 143-144.
[10]Ibid.,171.
[11]Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores: Argentina, p. 27.
[12]Foucault, M. (1980). Microfísica del poder. Las Ediciones de La Piqueta: Madrid, p. 107.
[13]Bakunin, M. A. (2010). Dios y el Estado. Biblioteca Virtual Universal, p. 38.
[14]Marx, K.; Engels, F. (2011). Manifiesto del Partido Comunista. Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx: Méjico, p. 33.
[15]No vamos a entrar aquí a analizar
las diferencias estratégicas y tácticas entre la visión marxista, que
plantea la extinción gradual del Estado (previa toma del poder político
en forma de “dictadura del proletariado”), y la visión anarquista, que
propone su abolición inmediata.
[16]Bakunin, M. (1998). Eslavismo y anarquía (selección de textos). Editorial Espasa Calpé: Madrid, p. 351.
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